Durante muchos años se creyó que era otro invento moderno destinado a engañar a los pocos crédulos que se acercasen a él. Detrás del considerado como el manuscrito más extraño del mundo hay más de 200 páginas plagadas de dibujos y textos que no parecen tener ninguna relación con ningún idioma inventado por el hombre. Las plantas y grabados que lo ilustran, tampoco se parecen a nada que haya existido en la Tierra. Sin embargo, la historia tenía otra sorpresa preparada.
Tras realizar un análisis mediante carbono 14, se descubrió que la elaboración del pergamino en el que estaba escrito se remontaba hasta el 1404, y junto a todo lo que se sabía sobre los tumbos que había dado el libro de mano en mano por el mundo, la comunidad científica y criptográfica se obsesionó con él. Hoy se le conoce como el Códice Voynich, y ni siquiera la IA lo ha conseguido descifrar.
El origen del Códice Voynich
Cabe destacar que los manuscritos plagados de criptogramas y escritos en idiomas extraños nunca han sido algo excepcional. Desde el Imperio Romano se han creado documentos similares con la intención de evitar que grupos rivales consiguiesen descifrar lo que allí se escribía, pero el caso del Códice Voynich era particularmente especial.
Entre sus más de 232 páginas hay centenares de dibujos y casi 40.000 palabras con 25 caracteres distintos. Por la particular obsesión con las plantas que tenía quien lo escribió, parece un libro enfocado a la medicina o la alquimia, como algunos apuntaron, pero ni sus dibujos sobre vegetales o cartas de astronomía parecen tener ninguna relación con la vegetación de la época o los conocimientos de la cúpula celeste que se tenían entonces.
Sin autor conocido, pero con la certeza de que lo escribió una misma persona y que era zurda, el vocabulario parece coincidir con lo que dictamina cualquier otra lengua a nivel lógico. Se dice que conforme más cortas sean las palabras más veces aparecerán escritas, pero lo cierto es que hay extractos de este lenguaje misterioso que incluso superan toda lógica.
La historia que rodea al libro, y cómo ha ido pasando de mano en mano hasta nuestros días, tampoco ha ayudado a desvelar el misterio. De hecho, es precisamente esa aventura que empieza con el emperador Rodolfo II de Habsburgo, y termina con la Universidad de Yale, la que se encargó de arrojar aún más dudas sobre su veracidad.
Valorado en más 200.000 euros
El periplo del manuscrito empieza alrededor de 1580, cuando el emperador Rodolfo II lo adquiere a John Dee y Edward Kelley, ambos relacionados con la magia y el arte del engaño con varias pruebas que atestiguan su persecución por fraude. Lo hace por la cuantiosa suma de 600 ducados de oro, que equivaldrían a unos 60.000 euros actuales.
Es justo ahí donde los expertos se agarran a la falsedad del códice, pero la datación del mismo, que lo sitúa más de 100 años antes, invalidaría la teoría de que fue escrito por ellos con la intención de engañar al primer incauto con el que se cruzasen. En cualquier caso, el viaje del manuscrito no se queda ahí.
Tras ello cae en manos del médico personal del emperador y en cierto punto, entre los siglos XVII y XVIII, termina llegando hasta Roma, donde los jesuitas lo conservan en su biblioteca hasta que, en 1912, lo adquiere el comerciante de libros raros Wilfrid Voynich. Su fama, junto al hecho de haber pagado por él alrededor de 80.000 euros actuales, es lo que catapulta al libro a la fama, convirtiéndose así a partir de ese punto en el Códice Voynich en honor a su nombre.
En 1961, tras la muerte de Voynich, el comerciante de libros y experto en antigüedades Hans P. Kraus adquiere el libro por una astronómica suma que equivaldría a unos 230.000 euros actuales, lo que termina dejando al manuscrito en una estantería sin la posibilidad de recuperar la inversión. Finalmente, en 1969 lo dona a la Universidad de Yale con la esperanza de que alguien, algún día, pueda descifrar su contenido y averiguar de dónde viene.
Lo que sabemos hasta ahora gracias a la ciencia computacional y la IA
Con la llegada del manuscrito a Yale se inicia una carrera en la que varios expertos en criptografía se suman al desafío, entre ellos algunos investigadores de la Agencia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos especializados en descifrar códigos de este estilo. Todos parecen coincidir en que la estructura es la propia de un lenguaje con cierto sentido, pero descubrir cuál y qué significa es otro cantar.
Tras datar la edad del libro en 2009 y, aparentemente, descartarse el fraude de John Dee y Edward Kelley, en 2014 la Universidad de Keele se vale de la ciencia computacional y el análisis estadístico para intentar ir un poco más allá. Su objetivo determinar a qué otro idioma se asemeja en base a su estructura, pero no es hasta 2018, con la llegada de la IA, cuando empieza a descubrirse el pastel.
Un equipo de la Universidad de Alberta, en Canadá, termina descubriendo que los patrones de palabras atan la estructura del idioma al hebreo antiguo, pero los esfuerzos por intentar traducirlo siguen siendo en vano. Sí hay algo más de suerte con las extrañas plantas, que terminan categorizadas como una representación de la unión de diferentes especies en una sola, lo que ata aún más el códice a la idea de la alquimia que a día de hoy se mantiene.
Pero pese a los avances, el Códice Voynich sigue siendo un misterio casi absoluto, y frente a la incapacidad de descubrir lo que esconde, la teoría de que no fue más que un engaño para intentar desconcertar a quienes lo encontrasen sigue tomando fuerza. Más de 232 páginas con centenares de dibujos y casi 40.000 palabras con 25 caracteres distintos, bien parece el engaño más enrevesado y laborioso de la historia, pero por otro lado, lo cierto es que el equivalente a 60.000 euros de la época habrían hecho que mereciera la pena.