Newman es finalista del Top 12 de la URBA. Rompió el maleficio. Quebró, de una buena vez, la insólita racha adversa. Pateó con furia las barreras que sistemáticamente le impedían llegar a la final. En la sede del Club Atlético de San Isidro, derrotó por 41-24 a Belgrano en el primer partido de los playoffs y este sábado, a partir las 17.10 y en el mismo escenario, se completará la llave de la final, con el cruce entre los vecinos del barrio: CASI vs. SIC, el mayor clásico del rugby nacional.
El Cardenal alcanzó ese lugar de privilegio con méritos. Por derecho de conquista. Porque en el nuevo cara a cara cumplió una actuación a la altura. Concentrado. Pensando cada movimiento. Manteniendo la calma en los momentos tormentosos de la etapa inicial, cuando dominaba Belgrano. Con fiereza en el contacto y decisión en los ataques. Y además ganó porque la suerte, tantas veces adversa, en esta ocasión le hizo algunos guiños.
Tercero al cabo de las 22 fechas de la etapa regular, y tras superar un comienzo errático, el Bordó se deshizo con autoridad del Marrón, segundo en las posiciones, y volverá, luego de 17 años, a discutir por el trofeo a 80 minutos de la coronación. El título de campeón que merece y que la historia, caprichosa, se niega a entregarle. Soportó estoico las cuatro eliminaciones seguidas en esta instancia, siempre por un punto: en 2021 cayó por 16-15 ante CUBA, el futuro campeón; en 2022 lo venció el SIC por 18-17; en 2023 le ganó Alumni por 24-23, y el año pasado la eliminación fue a manos de Belgrano, por 28-27. Un mínimo error de cálculo en la reconocida capacidad de Gonzalo Gutiérrez Taboada para convertir penales bajo presión, alejó la pelota del objetivo y el macabro embrujo se extendió otra temporada.
Los playoffs son un campeonato aparte. Poco y nada cuenta lo hecho anteriormente. Newman lo sabe bien. Desfilaba durante el año y se desvanecía al momento de la postemporada. Por la razón que fuera, de manera recurrente le tocaba quedar a un lado: falta de suerte, escasez de puntería, equivocaciones nimias… Un poco de todo eso. Y el plantel nunca esgrimió excusas ni se quejó de los arbitrajes, como sí hicieron algunos hinchas de conducta reprobable, y que al club le costaron una sanción.
Los jugadores, con el ejemplo de su capitán, Lucas Marguery, agachaban la cabeza, reconocían los méritos del adversario y aceptaban, a regañadientes, claro, la obstinación de la realidad. Y se juramentaban volver a empezar. Así lo hicieron una y otra veces. Año tras año. Supo absorber cada impacto, los asimiló y se repuso. Recuperadas nuevamente las fuerzas, enhiesto y con la frente bien alta, volvía a intentarlo. No empezó derecho en abril. Pero a mediados del campeonato levantó su nivel.
Jugó buen rugby y, al llegar octubre, consiguió voltear a Belgrano, tal vez el equipo más regular, o el más confiable, de las dos ruedas, hasta que en las últimas tres o cuatro semanas, cuando no pudo presentar a su formación titular, se resintió y acumuló una seguidilla de traspiés.
Gracias a este triunfo, Newman toma aire para pelear confiado en la final del próximo sábado, ante el SIC o el CASI. Y sueña con el campeonato. ¿Cómo no ha de soñar con la primera copa de su historia, si le sobran convicción, ánimo y jugadores de categoría? Y temple. ¿Cómo no ha de soñar sí se levantó luego de cada caída? ¿Cómo no ha de soñar si su gente desató un carnaval en las tribunas, confiando, una vez más, en que este es el año? En que el campeonato no puede escaparse.
El Bordó pisó fuerte en el segundo tiempo. Su compacto y dinámico pack le facilitó controlar el juego, lo impulsó hacia adelante. Y los habilidosos, escurridizos y veloces tres cuartos definieron por fuera lo que se gestaba por dentro. Scooby Gutiérrez Taboada, estupefacto y frustrado hace doce meses, con cara de piedra después de fallar el penal que habría metido a Newman en la final, tuvo ahora otro semblante. Una sonrisa gigante, reflejo de una plena satisfacción. Su aporte resultó vital para el éxito. No fue su noche tirando a los palos, es cierto. Pero se plantó en el medio de la cancha con prestancia, sacó el manual de conducción y dio una nueva cátedra. Resultó el factor desequilibrante. Hizo la diferencia con sus amagos y quiebres. Fulminó al adversario con su clase y su distinción. Y junto a él, un enorme ayudante en la decisión y la ejecución de cada acto: Marguery, el medio-scrum.
Con el resultado puesto y la eliminación concretada, da la sensación de que Belgrano alcanzó el punto máximo de su rendimiento uno o dos meses antes de la hora de la definición. Y no logró terminar bien alto el año. Sin embargo, marcó una huella. Su rugby integral, firme en las formaciones fijas y letal en los contragolpes, llenó de regocijo muchas tardes de sábado.
El cuadro porteño deberá insistir en ese camino. Sus entrenadores ensamblaron un equipo muy confiable, mezclando hombres de experiencia con chicos de enorme potencial. Y este juego siempre da revancha. Si lo sabrá Newman, que la tuvo después de muchas frustraciones.

