Llega y se va en colectivo, caminando entre la gente, en una tarde a pleno sol en Parque Patricios. De la mano de Alejandro y Romina, sus padres, que lo acompañan a todos lados. Claro: Faustino Oro tiene 11 años, es un niño que juega al ajedrez como Lionel Messi a su misma edad a la pelota. Por eso, Garry Kasparov, el mejor de todos los tiempos según los especialistas en el juego-ciencia, lo llamó “Chessi”, de una vez y para siempre. La mezcla perfecta entre un genio y el otro, tablero por medio.
Llega primero, antes que nadie, 40 minutos antes de la función en una sala vidriada, acondicionada para el silencio y la concentración, entre el bullicio de la moderna edificación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Entra a la sala, camina, ríe, se saca fotos. Los padres lo dejan: se trata del pibe de oro en su hábitat natural. Encuentra su mesa, se sienta. Vislumbra su nombre en un cartel, rodeado por grandes maestros que bien podrían ser su padre. O sus abuelos.
Se trata de un hecho histórico: su primera vez en el Campeonato Argentino (exactamente, el 99º Campeonato Argentino Superior Absoluto de Ajedrez). Participa invitado por una iniciativa de la Federación Argentina. Su situación es singular: su partida generan un atractivo mayor que las de ningún otro. Hay 20 personas del otro lado del mostrador (donde hay más mesas de ajedrez, donde luego son debatidas las estrategias a todo público), solo por su pequeña gran figura. Un niño en un mundo de adultos.
Es el ajedrecista argentino más joven en protagonizar este torneo. El anterior registro estaba en manos del maestro internacional Joaquín Fiorito, que en 2022, a los 15 años y 5 meses, había superado la marca que desde 2009 tenía Federico Pérez Ponsa, con 15 y 7 meses. Faustino tiene 11 años, un mes y 12 días. Un milagro del talento y de la pasión por un juego, un deporte. El año pasado obtuvo 6,5 puntos sobre 9 en el Torneo de Maestros efectuado en el Club d´Escacs de Barcelona, que lo consagró como el maestro más joven de la historia.
La competencia abarca 12 jugadores, 11 rondas y tres sedes. El promedio de Elo –método matemático que calcula la habilidad relativa de los ajedrecistas− por jugador es de 2456. Participan competidores fuera de serie del ámbito nacional, como los grandes maestros Sandro Mareco (2580), Diego Flores (2552) y Fernando Peralta (2546). Y maestros internacionales, como Pablo Acosta (2454), Lucas Coro (2401) y… Faustino Oro (2433).
Las competencias deben empezar a las 14.30, pero los jugadores pueden llegar hasta una hora más tarde. De hecho, Leandro Krysa, su rival, un periodista deportivo recibido en Éter, llegó cinco minutos más tarde. Faustino lo espera con una sonrisa de oreja a oreja, sentado en su zona de confort.
¡Se juega! Todos listos, preparados, en silencio. Un movimiento, agarrarse la cabeza, tomarse todo el tiempo del mudo, registrar el dato en la planilla y a seguir. Algunos toman refrescos, algo dulce, algo salado. Otros, se levantan, hasta van al baño. Faustino es el más inquieto: la adrenalina de un chico de 11 años que descubrió el ajedrez en el encierro de la pandemia.
Su papá un día se cansó de que el pibe pateara pelotas en el departamento de San Cristóbal, sobre la avenida San Juan, casi Catamarca. Lo rompía todo con goles imaginarios de Vélez. De hecho: está más nervioso por la campaña del líder de la Liga Profesional que por el movimiento de las blancas de esta tarde de primavera. Distendido, va, viene, espía las otras partidas, saca conclusiones, en completo silencio, como todos. La pandemia fue su salvación: se enamoró del ajedrez de modo virtual. Su papá lo motivó, se consagró en todas las especialidades, vivió un tiempo en las afueras de Barcelona. Sus padres, ambos contadores, lo dejaron todo.
Y acompañan a todos lados a este joven genio. Remera blanca, Gel, pantalón verde, borcegos. Anteojos de oficinista. La camisa descansa en el respaldo de la silla. Faustino piensa y se relaja: los que saben, dicen que “juega el ajedrez que le gusta a la gente”. Un arriesgado. No es el caso de este martes.
Seis mesas, 12 jugadores, 500 personas (dicen), lo siguen en todo el mundo en el campo virtual. Pueden ser el doble en cualquier momento, pero no ayuda ni el día ni la hora. Su rival se toma la cabeza. La segunda jugada, es la cuestión: Alfil a la casilla C4. Cambia todo, parece. Rápidamente, vuelve el juego a su cauce natural: se olfatea un esquemático empate. La jornada más efervescente (el torneo finaliza el próximo 6 de diciembre), está prevista en el Club Argentino, este sábado, a las 16. Tal vez haya más de 100 personas y una presentación Estilo NBA.
Faustino se relaja… viendo de ajedrez on line. A veces, juega al fútbol, al FIFA. Mario Petrucci, el Director Ejecutivo de la Federación Argentina de Ajedrez, lo define muy bien. “Para la federación, jóvenes como Faustino y tantos otros nos dan una satisfacción enorme, porque es una tarea a largo plazo y a conciencia. Pensá que son chicos formados en clubes de barrio. Pero Faustino es récord a nivel mundial. No es una promesa: ya juega en el máximo nivel mundial. Yo soy ingeniero y matemático, no puedo decirte si es un genio. Eso sí, tiene una virtud natural que sorprende al mundo. Lo comparan con Messi”, suscribe.
Marcelo Reides es el encargado de una noble propuesta: un plan integrador de ajedrez en las escuelas del Gobierno de la Ciudad. Unas 220 escuelas públicas, para unos 22.000 chicos. Y hasta una escuela de ciegos. Para él, no hay nada igual. “Es extraordinario. No se puede comparar con nada. Juega mucho, la familia lo acompaña y tiene un plantel docente. Y él le sumó su excepcional talento. Ahora, esto es interesante: puede que acá termine en mitad de tabla, pero en el campo virtual sería el candidato natural”, cuenta.
Fernando Peralta y Diego Flores son los primeros en terminar. Tablas. Salen de la sala vidriada, café y medialunas en mano, se sientan del otro lado y analizan la jugada a viva voz. El resto escucha y aprende. Se trata de jugadores olímpicos. Pasión desbordante por el ajedrez, mientras que metros más allá un ejército de empleados públicos siguen con sus vidas.
Tres horas después, acaba la faena. Faustino extiende su pequeño brazo. Empate en 22 jugadas. Tablas. Camina, se sienta y charla con su oponente del otro lado del vidrio, Golosinas en la mano derecha. “Sí, eso era lo que pensaba…”. No mostraron todas las cartas, dicen los especialistas “Sí, puede ser”. “Fue lo que vi, pero el caballo no me daba”. Frena a su oponente, que escribe en el portal de Obras: “Noooo, esa era muy triste”, por una jugada, en teoría, de bajo valor técnico.
Hay 20, 30 personas que los rodean, que aprenden, escuchan. Todos serios y de brazos cruzados. Sus rivales viven de dar clases on line de ajedrez. Son docentes. Para graficarlo de un modo brutal: un pibe de 11 años casi, casi debate con un gran maestro. Le enseña. Lo admite Leandro Krysa, que se seca la transpiración de la frente. “Ufff, mucha presion, una locura, no quería debutar con él. Me saqué una mochila de 200 kilos. Todos estaban pendientes. Todos querían que ganara el pibe, que yo perdiera. Te cuento algo: le pedí al árbitro que me guarde la planilla para guardarla. Esto es para toda la vida”, suscribe.
Vuelven los padres, se saludan. “Nada, normal como cualquier otro día, como cualquier otro partido”, cuenta. Abren la puerta y se alejan, al ruido, al centro. A la locura en la que vivimos todos. El pequeño genio, de vuelta a casa y en colectivo.