“Los jugadores de Auckland City son amateurs, cobran un dinero mínimo por partido. Pero la mayoría, incluido el profesor que le hizo el gol a Boca, trabaja algunas horas por semana para la academia del club, ya sea como entrenadores o como coaches de los más chicos, y así redondea un ingreso semanal más que aceptable”. Nicolás Bobadilla, de 26 años y nacido en Trelew, hace la aclaración sabiendo bien de qué habla. Lleva cinco temporadas al otro lado del mundo después de una carrera llena de traspiés en Argentina y en Chile, un tiempo suficiente para conocer a fondo un fútbol que en junio pasado salió de su ostracismo con aquel inesperado 1 a 1 en el Mundial de Clubes.
“Hoy el fútbol debe de ser el segundo deporte más jugado del país y dentro de poco será el primero, porque los padres ya no mandan mucho a sus hijos a jugar al rugby: los asustan los golpes en la cabeza que reciben los pibes”, cuenta el enganche chubutense que luego de pasar por varios clubes del país es el número 10 de Miramar Rangers, equipo de Wellington que en estas semanas protagoniza la National League, en la que se enfrenta con, entre otros, el propio Auckland City que empató con Boca.
Con su selección ubicada en el puesto 85 del ranking de FIFA, el fútbol de Nueva Zelanda ha vivido siempre a la sombra del rugby y de los éxitos de los All Blacks, y además es opacado por sus vecinos australianos, a quienes había logrado superar solamente en la clasificación para el Mundial España 1982. Pero en 2006, los Aussies decidieron “mudarse” a la confederación asiática y el archipiélago neozelandés pasó a ser el líder indiscutido de Oceanía (las otras nueve federaciones afiliadas se distribuyen entre los lugares 149 y 190 de FIFA).
Auckland City, dominador absoluto de la Champions continental con 21 de los últimos 24 trofeos, se convirtió en participante habitual del Mundial de Clubes y esto permitió que, lentamente, el fútbol fuese ganando un espacio en la sociedad kiwi. Incluso con una curiosidad que señala Bobadilla: “En la Argentina todo el mundo juega al fútbol, y los rugbiers históricamente han sido de un poder adquisitivo un poco más alto. Acá es al revés: los del fútbol son los que tienen un mayor bienestar económico. No es así en el 100 por ciento de los casos, pero es la tendencia”.
Hasta llegar a Nueva Zelanda, la trayectoria de Bobadilla se asemeja a tantas otras de jóvenes que emigran sin hacer ruido y en el más absoluto anonimato en busca de un futuro que imaginan mejor. Salió de su natal Trelew para cruzar la cordillera rumbo a Chile, y desde ahí dio el salto directamente al otro lado del océano Pacífico. Pero antes, durante y después atravesó infinitos obstáculos que fue superando con altas dosis de valentía y orgullo.
–Recibí golpes en todos lados, pero es verdad eso de que lo que no te mata te hace más fuerte. Ahora vivo bien, tranquilo, y si miro atrás digo que todo lo que pasé valió la pena.
–¿Para un chico de la Patagonia es más difícil llegar a vivir del fútbol que para uno de Buenos Aires, Rosario o Córdoba?
–En mi caso lo fue. Cuando era chico estaba en la academia de Racing, de Trelew. Éste y la CAI [Comisión de Actividades Infantiles], de Comodoro Rivadavia, eran de los mejorcitos de la zona. Pero desde ahí nadie nos llevaba a otros lados a probarnos, e incluso en el club no veían bien que lo hiciéramos en un club de Buenos Aires o de otra ciudad grande. Una vez, cuando ya estaba en el último año del secundario y jugaba el Regional por Racing, me fui en micro con mi viejo a Córdoba para hacer una prueba en Instituto. Mi papá, que es taxista, y mi mamá, que es maestra, veían que yo me esforzaba mucho, comía superbién, me cuidaba un montón. Si hasta no fui al viaje ni a la fiesta de egresados por el fútbol. Entonces decidieron apoyarme.
–Pero no te quedaste en Córdoba…
–Me fue bien, me pidieron que volviese al año siguiente y me prometieron que me pagarían la pensión. Pero cuando lo comenté en mi club me negaron el pase porque tenían una lista en la que Instituto estaba vigésimo y querían que fuese a un equipo que estuviera entre los cinco primeros.
–¿Y tuviste esa opción en alguno de los grandes?
–Sí, sí, cuando tenía 16 años. Darío Bombini, el representante de Kun Agüero, me llevó a San Lorenzo. Las cosas me salieron más o menos; había jugadores de nivel más alto que el mío. Pero en principio pareció que había quedado, me hicieron volver y, al final, me dejaron fuera. Después en Vélez me pasó algo parecido. Ahí anduve bárbaro, ya me veía de titular, iba a entrar en la quinta división para pasar enseguida a la cuarta, hasta que un día vino el coordinador, me dijo que lo malo que tenía era que era del interior, y me limpiaron. Entonces me aseguraron que me llevarían a River. Esperé y llegué a tener una comida con [Leonardo] Ponzio, pero la prueba nunca se concretó y tuve que volverme a Trelew.
La geometría establece que una línea recta es la distancia más corta entre dos puntos, una verdad indiscutible que incluso supera la dificultad que podría plantearle la curvatura de la Tierra. Con un planisferio sobre la mesa, la recta que se traza entre la ciudad chilena de Valdivia y la isla de Waiheke –situada en la boca del golfo de Hauraki, Nueva Zelanda– sería una leve diagonal hacia el norte, por los tres grados de latitud (equivalente a unos 330 kilómetros) que separan un lugar del otro. Por supuesto, después de recorrer en círculo nada menos que una mitad del planeta.
Luego de los sucesivos rechazos sufridos en los clubes argentinos, la auténtica aventura futbolística de Nicolás Bobadilla iba a suceder en torno al Pacífico Sur, con dos primeras escalas en Chile: seis meses jugando en la reserva de Puerto Montt y un año en la primera de Valdivia hasta el impensable desembarco en Waiheke, un minúsculo trozo de tierra del tamaño de la Ciudad de Buenos Aires y habitado de manera permanente por apenas 8000 almas.
–Te aseguro que es un lugar precioso, con unas playas increíbles, un mar de aguas claras y delfines que son vistos desde la arena. Un paraíso.
–¿Juegan al fútbol ahí? ¿Cómo fuiste a parar a esa isla?
–Es una historia rara. Yo llevaba un año en Valdivia y tenía una novia. Una tía de ella vivía en Nueva Zelanda y me comentó que podía conseguirme una prueba en un club. Me gustó la idea y me mandé. Claro que yo pensé que era un equipo profesional, y Waiheke United no tenía nada que ver con eso. No pagaban un peso, cero. Ni siquiera la liga en la que estaba era profesional. Y la señora que me había llevado se fue a la semana.
–¿Y por qué te quedaste?
–Qué sé yo… El lugar me encantó, y el club se portó muy bien, me ayudó un montón. Justo me agarró la pandemia, me contagié de Covid estando ahí, y vi cómo el gobierno cuidaba a la gente. Yo había ido con poca plata y nos daban hasta la comida. Pero sobre todo me quedé movido por el hambre de querer vivir del fútbol y también por orgullo, por testarudo. Tenía 20 años y vi que había otros equipos, los más fuertes del país, donde podría ir a probarme en algún momento. Enseguida me di cuenta de que Nueva Zelanda, además de ser muy lindo, era un país que daba como para quedarse.
–Si el club no te pagaba, ¿cómo sobrevivías?
–En Waiheke hay mucho turismo y muchos hoteles, entonces se puede trabajar de lo que sea. Conseguí un permiso como carpintero, pero hacía un poco de todo. De todos modos, lo que más hacía era entrenarme como un enfermo, dos o tres veces por día. Porque si me arreglaba con lo mínimo, me bastaba laburar ocho horas por semana para bancarme.
–¿Cómo conseguiste pasar de la isla al fútbol federado?
–Eso fue increíble. Resulta que en muchas ciudades de Nueva Zelanda hay comunidades de gente de Islas Fiji. Ella siente el fútbol como nosotros, mucho más que los neozelandeses, que son más fríos, y organiza tres torneos anuales muy fuertes. De los dos primeros, en febrero y octubre, salen cuatro equipos, que se juntan con otros cuatro de Fiji, dos de Australia y uno de Estados Unidos para jugar la ronda final en noviembre. Son torneos relámpago, de un jueves hasta el domingo; no son oficiales ni tampoco pagan, pero están muy buenos. El tema fue que un compañero en Waiheke me invitó a jugar y anduve bien.
–Pero no sos fijiano…
–Claro, pero permiten incluir cuatro o cinco “extranjeros” en cada equipo. En ese momento no pensé que ese torneo, casi de potrero, iba a ser la llave para abrirme la puerta del fútbol de verdad en Nueva Zelanda.
En 2026, un poco gracias a la ampliación a 48 equipos participantes, y otro poco por su lenta evolución, Nueva Zelanda regresará a un Mundial después de su muy digno paso por Sudáfrica 2010 (tres partidos: empates con Italia, Eslovaquia y Paraguay), que de algún modo lavó las tres derrotas sufridas en su debut, el de 1982. Bobadilla, con la experiencia acumulada en estos cinco años, describe los méritos y las virtudes que la selección expondrá dentro de nueve meses en la cita en tierra norteamericana.
–Acá el fútbol no es profesional, pero uno llega a un club y se encuentra con infraestructuras de primer nivel. Las canchas son preciosas, hay arcos de 25.000 tamaños, nos dan las mejores pelotas, nos ponen todo a disposición todos los días. Otra cosa es si les sacan el máximo provecho a todas esas herramientas.
–¿Creés que no lo hacen?
–Hay chicos de los que uno puede decir “éstos podrían ser cracks”, porque hacen cien amasaditas con la derecha y otras cien con la zurda sin problemas. Están muy bien dotados físicamente, y técnicamente son muy, muy buenos. ¿Qué pasa? Mentalmente no son tan fuertes como podemos serlo nosotros y tampoco todos tienen el hambre como para insistir cien veces si les dijeron que no en las primeras 99. Hay muchos neozelandeses que han jugado en el más alto nivel en Europa, pero un día se cansan y prefieren venir acá, a un nivel más bajo pero con menos presiones. Muchos vienen de familias de plata, y si tienen resuelta la vida desde chicos quizás no los interesa ser futbolistas; prefieren ser médicos o ingenieros.
–¿Qué tipo de fútbol se juega en la liga?
–En general es como era el inglés, a puro pelotazo, muy transicional, de atacar-defender todo el tiempo. Quizás Auckland City sea la excepción; siempre sale jugando por abajo y trata de tener la pelota todo el partido, aunque le pasó algo muy extraño: cuando volvió del Mundial después de empatar con Boca, los mismos jugadores perdieron varios partidos. No les fue muy bien en esta temporada. De todas formas, hay muy pocos equipos que intentan algo parecido a lo que hacen ellos.
–Ahora estás afrontando la parte final de la temporada, en la que se define el campeón del año. ¿Cómo se llega hasta ese punto?
–Acá el campeonato se divide en tres certámenes. La Liga Norte, en Auckland; la Central, con cabecera en Wellington, que es donde estoy, y la Sur, cuyo centro es Christchurch. Después, los cuatro primeros de Auckland, los tres de Wellington y los dos del sur, más Auckland FC y Wellington Phoenix, que son profesionales y están en la liga australiana, juegan entre sí la National League.
–¿Por qué se establece esa diferencia entre las tres ligas para entrar a la serie final?
–Por la calidad que hay en cada una. Entre los mejores quizás no hay tanta distancia, pero, por ejemplo, los cuatro primeros de la segunda categoría de Auckland tranquilamente pueden ganarles a los tres últimos de la primera de Wellington. En la liga Central tenemos equipos muy malos. Hay uno al que le ganamos por 10-0 y pudimos hacerle 20. En Auckland es todo más competitivo, más parejo; cualquiera puede ganarle a cualquiera.
Nueva Zelanda está formado por dos grandes islas: la Norte, a la que una meseta central volcánica “divide” en dos partes, Auckland y Wellington, y la Sur, a la que se suma un gran número de islas medianas y menores. Tal como lo había sido su búsqueda para asentarse en un club en Argentina y Chile, la trayectoria futbolística de Bobadilla en el país kiwi fue sinuosa, entre subidas y bajadas de categoría y traslados de isla en isla. La desconocida, paradisíaca y poco habitada Waiheke fue solo la primera. Y como había ocurrido hasta entonces, hubo de todo en el recorrido posterior.
–Decías que el torneo con los fijianos te cambió la vida en Nueva Zelanda. ¿Cómo siguió la trayectoria?
–Como mi amigo y yo anduvimos muy bien nos ofrecieron ir a probarnos a un equipo de Auckland, Bay Olympic. Quedé y eso me llevó a mudarme a esa ciudad, que es la más grande del país, la que tiene más clubes y donde están varios de los más grandes.
–Tenías una vidriera donde podías mostrarte.
–Claro. Fijate que estuve tres meses y surgieron dos ofertas. Y también fue la manera de empezar a sustentarme, porque ahí por fin cobraba como jugador y coach en el club.
–¿Desde dónde te buscaron?
–Me llamaron de Auckland City y de Manukau, un equipo más chico de la misma liga. Pero en ese momento, por una cuestión de papeles y económica, éste me convenía más y es el que elegí. A los seis meses me contactaron de Manurewa, que estaba en la segunda de la liga Norte, y de Coastal Spirit, de la primera de la liga Sur. Como no quería bajar de categoría me fui a Christchurch, pero no la pasé muy bien y duré un mes.
–¿Qué pasaba?
–El club era muy lindo, pero no me gustaron los entrenamientos ni la gente que estaba a cargo; era todo poco profesional. Además, tenía lejos a mi novia, hacía mucho frío… No me sentí bien, así que empecé a moverme para volver a Auckland y me llamaron otra vez de Manurewa, en el que había un inversor argentino que quería armar un proyecto muy grande. La idea era ascender el primer año, jugar National League el segundo y llegar al Mundial de Clubes. Y me fui allá.
–¿Cómo fue la experiencia?
–Superbién. Armamos un equipo muy bueno, ascendimos y al año siguiente mejoramos la actuación. Fue la primera vez en la historia en que un club consiguió clasificarse para la National League en su primer año después de ascender, y también la primera vez en que lo lograba el club. Al final quedamos quintos.
–Pero no seguiste en Manurewa.
–No, porque el inversor argentino se había ido y porque salió la posibilidad de Miramar Rangers, uno de los equipos grandes del país. Este año quedamos subcampeones de la liga Central, pero le ganamos a Wellington Olympic, que es nuestro clásico rival y el que siempre pelea por el título de campeón nacional con Auckland City. La intención para 2026 es ser campeones. No estamos tan lejos.
–Se te nota muy afincando en Nueva Zelanda, y ahora que llegaste a un equipo de primer nivel da la impresión de que encontraste tu lugar en el mundo.
–Hoy por hoy no tengo la vida hecha, pero el país es precioso y me encantaría quedarme para siempre. Ahora vivo en Wellington, en la casa del club, frente a la playa. Me gusta la ciudad. Tiene un tamaño mediano y es muy linda; también hace bastante frío y hay mucho viento, pero bueno… Y por otro lado, la vida acá es un lujo. No es barata, pero se acomoda a un poder adquisitivo medio, y podemos dejar todo abierto porque sabemos que nunca van a robar. Te cuento algo que me pasó. Fui en mi auto a jugar un partido, y cuando terminó no encontraba las llaves por ningún lado: las había dejado puestas en la puerta del lado de afuera y tres horas después seguían ahí, nadie las había tocado. A esas cosas no las cambio por nada porque dan una tranquilidad increíble. En algún momento me pondré las pilas para sacar la residencia, que es lo que me falta para tener la posibilidad de quedarme.
–Es decir que a la opción de jugar en Argentina la descartás por completo.
–Volví en 2022. Acá habíamos terminado el torneo en septiembre y me llevé a Agustín Contratti, un amigo argentino con el que compartí el equipo en Manukau, Manurewa y Miramar, a jugar el Regional por Racing, de Trelew, mi club de siempre. La pasé muy bien, pero no logramos clasificarnos. Yo amo Argentina, pero viajo para allá todos los años y a veces veo cosas que me decepcionan. Fui con una novia española a conocer Cataratas. Todo precioso, pero había carteles para pedir que no se tirara la basura al piso y veía a la gente tirando la basura; no se podía tocar a los monos y veía a los nenes pegándoles y a los padres mirando a otro lado. Es feo decirlo, pero llevo cinco años en Nueva Zelanda y ya me acostumbré a cómo son las cosas de acá.
–¿Van a ser campeones este año?
–Está todo muy parejo y falta mucho todavía. Nos empataron un partido en el tiempo adicional y eso nos costó dos puntos, pero no vamos mal. Hasta donde podamos vamos a pelearla. Mi vida siempre fue un poco así.

