El ingreso de las tropas de Israel a Líbano, iniciando una tercera guerra en ese país tras las de 1982 y de 2006, era inevitable, si lo que se pretende es destruir los arsenales de la organización Hezbollah y desmantelar sus guaridas en la frontera. También es posible que haya sido inevitable el ataque de Irán de estas horas. El ala dura del régimen, que intenta legitimarse con esta crisis, habrá intuido que sería el próximo en el blanco después del golpe masivo que sufrió su mayor milicia libanesa.
Especialmente luego de que el premier Benjamín Netanyahu ingresara de lleno en la interna social y política que estruja a la teocracia islámica avisando que Israel está con el pueblo iraní, que votó a un presidente pro occidental en repudio a los ayatollah que los reprimen.
Era un aviso nítido. Pero también una trampa. La Revolución Islámica nunca se destacó por una lucidez estratégica, salvo las veces que buscó romper su aislamiento. Pero con este ataque le brindó a Israel la justificación muy buscada para una represalia.
Y no será menor. La diferencia de potencialidades se ha probado ya en abril con los bombardeos cruzados que desnudó la debilidad de defensa de la potencia persa. El problema es que una guerra de esta dimensión en la región puede salirse de control. Pero es con eso que se está jugando.
Aquellas inevitabilidades, Líbano o Irán, el mandatario israelí seguramente no las analiza desde una casualidad ordenadora. Este panorama bélico que involucra de lleno a EE.UU. y a las potencias europeas, se produce en las horas del primer aniversario del brutal ataque del grupo terrorista Hamas, pro iraní, el 7 de octubre último que mató a 1.200 ciudadanos judíos, ancianos, mujeres, niños en sus kibutzim del sur de Israel.
Esa masacre, sin precedentes contra el pueblo judío desde la Segunda Guerra, exhibió uno de los peores fallos de seguridad en la historia de Israel. La valla fronteriza frente a Gaza, supuestamente la más vigilada del mundo, acabó siendo el daño colateral de un descomunal conflicto político en Israel por una reforma judicial impulsada por el gobernante. Toda la estructura de seguridad nacional ha pedido perdón por ese fallido y lo ha hecho a un pueblo angustiado, además, por los rehenes que tomó la banda ultraislámica. Quien mayor responsabilidad tenía por aquel desmadre, el primer ministro, jamás se disculpó.
Pero este escenario súbito, con éxitos militares notables como el descabezamiento de la dirección de Hezbollah en apena dos semanas y ahora el desafío esperado que acaba de plantear Irán, coloca a Netanyahu en un lugar de reivindicación. Ha logrado que su imagen política ascienda en las encuestas lo que disuelve en parte a su legión de adversarios internos, lo preserva en el poder y, muy importante, pavimenta el camino al diseño vertical y ultranacionalista que pretende en toda la región, en contra de la visión pro palestina de EE.UU. o Europa como solución sensata a esta crisis.
Puede sospecharse que Irán lanzó este ataque con la intención de exhibir energía y alarmar al Norte mundial para que frene el conflicto. No sucederá. La potencia persa, carece de aliados significativos, salvo un puñado de organizaciones como lo hutíes, que no pueden escudarlo. Los países árabes, incluido el reino saudita, Jordania o Egipto, no son sus socios, lo son sí de EE.UU. China y Rusia, parte del nuevo Eje del Este global, difícilmente lo secundarán. Teherán no vale una tercera guerra mundial.