25 años después de empezar a negociarse, el acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea deberá esperar un poco más cuando ya parecía a punto de caramelo. Siempre hay alguien que pone el último obstáculo y esta vez fue Italia, un país que tradicionalmente había sido favorable pero que empezó a dudar desde que llegó al Gobierno en Roma Giorgia Meloni.
Roma condiciona un tiempo porque Alemania giró el año pasado. El acuerdo empezó a cambiar cuando llegó al Gobierno alemán el conservador Friedrichs Merz, porque por primera vez Berlín entendió que este acuerdo no iba a poder salir adelante con el apoyo francés y que, si quería que fuera realidad, debía aprobarse sin Francia.
Eso cambió todo. La Francia contra la que era imposible acordar con Mercosur es hoy incapaz de bloquear el pacto. Europa fue aprendiendo con los años que París nunca respaldaría el acuerdo y que si quería sacarlo adelante tenía que ser por encima de la voluntad de Francia. Eso, que políticamente era impensable hace unos años, ya está asumido. Se hará sin Francia (o con una Francia reticente que termine aceptando porque se vea en minoría), aunque después se aplique también en Francia porque lo acordado será ley en los 27 Estados del bloque.
Ese nuevo escenario, sin los franceses, debía contar con el voto favorable de los otros tres grandes: Alemania, España e Italia, además de una mayoría de medianos y pequeños. Las normas dicen que debe aprobarse por al menos un 55% de Estados miembros que representen al menos al 65% de la población del bloque. En esa jugada Italia es clave, porque si va de la mano de Francia alcanzan minoría de bloqueo porque Polonia está en el grupo francés.
La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, lleva meses mareando con la posición italiana mientras las instituciones europeas aceleraban y el Parlamento Europeo aprobaba los últimos textos necesarios. Los eurodiputados y la Comisión Europea habían acelerado en los últimos meses, y sobre todo en las últimas semanas, para tener todo preparado para la cumbre de Mercosur de esta semana.
La presidencia semestral del Consejo de la Unión Europea, que ostenta Dinamarca hasta final de año, no quería plantear un voto si iba a ser negativo, así que la decisión italiana debía llegar antes de votar. No se votará esta semana y la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Von der Leyen, no tendrá todavía el visto bueno para poder viajar este fin de semana a Brasil, como tenía previsto, a escenificar el acuerdo de la mano del presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva.
Todo se aceleró a media tarde europea cuando Lula reveló que había hablado con la primera ministra italiana. Lula dijo, según un cable de agencia: “Me sorprendió saber que Italia, al igual que Francia, no quería firmar el acuerdo. Hablé con Meloni y me explicó que no se opone al acuerdo, que está pasando por un momento político difícil debido a los agricultores italianos, pero que está segura de que puede convencerlos de que lo acepten”.
Mientras en las calles de Bruselas protestaban miles de agricultores, que habían bloqueado media ciudad con sus tractores durante todo el día, diplomáticos contaban a Clarín que en cuanto abrían las ventanas se oían los ruidos de los tractores. Los dirigentes trabajaban con esa presión en las calles porque el campo europeo es masivamente contrario a un acuerdo que teme como a la peste. Alega que Mercosur inundará Europa de productos más baratos y que los productores del Mercosur no tendrán que respetar las mismas exigencias fitosanitarias o de medio ambiente que los europeos.
Lula añadió que Meloni le había pedido tiempo: “Me pidió que tuviéramos paciencia durante una semana, 10 días o un mes como máximo, que Italia se uniría”. Esa última frase era la señal definitiva de que Italia no iría con Francia para bloquear el acuerdo y que Meloni quería simplemente un poco de margen para poner en fila a su coalición, donde el ultraderechista Matteo Salvini nunca fue muy partidario del acuerdo.
Cuando llegó el cable de Lula y la diplomacia italiana, aliviada porque se quitaba presión, empezó a explicar en Bruselas que su Gobierno no bloqueaba, que sólo pedía tiempo, Von der Leyen anunció a los jefes de Gobierno que no habría pacto esta semana. Todos esperarán por Meloni. Los franceses no podían contar con los italianos.
Los defensores del acuerdo, como la propia Comisión Europea, Alemania o España, creen que el movimiento italiano es una buena noticia porque separa a Roma de París y permitirá, si Meloni cumple la palabra dada a Lula, firmar finalmente en enero. En ese escenario, Francia tendría prácticamente imposible sumar una minoría de bloqueo. Ven impensable que la italiana haya mentido al presidente brasileño.
Los detractores, con Francia a la cabeza, creen que les da tiempo, aunque sea en plenas fiestas navideñas, para intentar sumar a algún país más a sus tesis (algo que nadie cree ya posible en Bruselas) o para que Meloni tenga problemas que le impidan cumplir su palabra. O, como cuenta maliciosamente un funcionario europeo, “que Meloni haya mentido”.

