El café es una de las bebidas más consumidas a diario en todo el mundo. Hay quien lo hace para despertarse, otros por sus beneficios para la salud y también se puede beber por su sabor (cuando ese café es de especialidad). Lo interesante es que existen muchas formas de prepararlo y disfrutarlo, y una de las más exóticas es el café turco, o kahvehane. A simple vista, puede que no parezca café, pero lo es. Y, además, tiene un gran significado cultural en Turquía.
Tanto que es Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad desde el 2013 debido a su importante papel en la conexión de generaciones a lo largo de los siglos.
Espumoso. Si bien los ingredientes para preparar este café son los mismos que en cualquier otro lugar, agua y café, pero hay dos variantes: el agua debe estar fría y el café debe molerse hasta parecer harina. Tradicionalmente, se hacía directamente con un mortero. Algo fundamental para la preparación del café turco es el cezve, un recipiente pequeño con un mango largo que, tradicionalmente, está fabricado en cobre o latón. En el cezve se coloca tanto el agua fría como el café, y es entonces cuando se empieza a calentar a fuego lento.
Esta elaboración permite que los sabores se concentren y lo crucial es controlar la espuma. También conocida como kaimak, la espuma espesa es una característica única de este café y es lo que da la pista para sabor que está listo. Si se retira del fuego en su punto justo, esa espuma se mantiene cremosa. Si no existe, se considerará un café fallido. Y una vez listo, se sirve directamente y sin filtrar en pequeñas tazas, repartiendo la espuma entre todas ellas.
Tradición. Su sabor es muy intenso y tiene una textura algo pesada debido a la ausencia de filtrado. Y algo gracioso es que haría enfurecer a cualquier purista de esta bebida debido a que se va endulzando con azúcar mientras se cocina. Tampoco se le añade leche ni se rebaja con agua, pero más importante que todo esto es la relevancia cultural que tiene esta bebida.
Para empezar: el kahvehane es un símbolo de hospitalidad. Es habitual que se reciba a los invitados con una taza de este café y unas delicias turcas. Es un gesto de amistad, pero también de respeto y tiene su propio dicho: «una taza de café trae cuarenta años de gratitud». Algo similar a lo que ocurre en otras partes del mundo es que es una bebida social para hablar, dialogar o disfrutar a juegos de mesa. Ese clásico «vamos a tomar un café y te cuento», vaya.
Prueba antes de la boda. Pero aparte del valor social, el café turco es imprescindible en otros dos ámbitos de la vida de muchas regiones de Turquía. Un ejemplo es el papel que juega en las bodas tradicionales. Cuando la familia del novio visita a la de la novia para la pedida de mano, la futura esposa prepara café para los presentes. Y hay un girito en la historia: la novia añade sal únicamente al café del novio.
Si éste lo bebe sin rechistar, significa que tiene paciencia, por lo que estará preparado para los momentos difíciles de la relación. Y más allá de eso, esa reunión en torno al café, representa el inicio de una nueva etapa en la vida tanto de los directamente implicados como de su familia.
Leyendo los posos. Otro ejemplo es su importancia en rituales en algunas regiones del país. Como puedes imaginar, este café tiene posos (bastante, tengo que añadir), por lo que cuando alguien se acaba la bebida, apoya la taza sobre el platillo (platillo que en Europa usábamos de manera muy diferente hace unos años) y, cuando los posos se enfriaban, se intentaba adivinar el futuro interpretando las formas resultantes.
Como ves, el café turco es mucho más que una simple bebida. Y el motivo por el que fue nombrado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad no es por todo el proceso de elaboración y su importancia cultural (que también), sino porque es una forma de proteger algo que, con la globalización y la llegada tanto de otras formas de preparar café como de los cafés instantáneos, podría perderse para siempre. Si no lo has probado, no está mal para tener otra experiencia, pero tengo que decir que no es de mis elaboraciones favoritas.
Quizá me echaron sal, quién sabe.
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