Si vives con un gato, sabrás de sobra que hay dos verdades universales. La primera es que si se acercan pidiendo mimos es que te quieren mucho. La segunda es que «fluyen», como si fueran entes de pelo relleno de alguna especie de líquido, lo que les da la capacidad para pasar por sitios extremadamente estrechos o acomodarse de formas que no parecen, para nada, confortables.
Los gatos son estrellas en nuestra casa y en Internet. Hay decenas de miles de vídeos mostrando gatos de formas muy graciosas (en ocasiones, estresantes para ellos) y algo que es un meme es que los gatos son líquidos. Esto es algo que ha llevado a que nos lo preguntemos, realmente, debido a que un líquido es un elemento que se amolda a un recipiente, y los gatos se ajustan a esa descripción.
Más allá del meme y el chascarrillo, hay quien se ha tomado en serio esto de investigar si los gatos están rellenos de líquido. Y la respuesta es que tienen una excelente habilidad para calcular el tamaño de su cuerpo y adaptarse a los espacios.
Conscientes de su tamaño
Convivir con un perro y un gato refleja que uno de ellos domina su cuerpo y el entorno mejor que el contrario. El perro suele ser más torpón y muchas veces subestima tanto su fuerza como, sobre todo, su tamaño. Intenta entrar por sitios por los que clarísimamente no cabe, se da algún que otro golpe con el mobiliario y es como un niño grande.
Con los gatos eso no ocurre. Si alguna vez uno de mis felinos se ha chocado contra un mueble es porque va derrapando a toda velocidad sobre el suelo y se resbala, pero es asombrosa su capacidad no solo para realizar saltos precisos a espacios diminutos, sino para colarse por donde parece imposible, tomándose un momento para pensar si es un movimiento viable o no. También impacta su capacidad para dormirse en sitios en los que te preguntas si algo ocurre con su columna vertebral.
Fascinado por eso, el etólogo Péter Pongrácz, investigador de la Universidad Eötvös de Loránd en Hungría, decidió que alguien debía investigarlo. Y se puso manos a la obra en un estudio que ha publicado en iScience. En el experimento, Péter evaluó la percepción del tamaño corporal que tienen de sí mismos los gatos domésticos. El modo de evaluarlo fue mediante una plantilla con aberturas diferentes: de más amplias a mucho más estrechas, siendo este un experimento que anteriormente realizaron con perros.
Los observadores se dieron cuenta de que los perros intentaban evadir las aberturas estrechas debido a que son depredadores de persecución de movimiento rápido. Esto quiere decir que, instintivamente, optan por evitar pasar por lugares estrechos, ya que una colisión o quedarse atrapados no es una opción. En el experimento, cuando la abertura era extremadamente estrecha, los perros ni lo intentaban y Pongrácz llegó a la conclusión de que entendían que no podrían pasar y que esto era fruto de que calculaban todo el tiempo su tamaño.
En el caso del experimento con los gatos, se usó el mismo patrón de puertas que se van estrechando y lo primero que notaron fue que, a pesar de que los gatos atravesaron sin vacilar las aberturas más amplias, cuando tocaba pasar por las más estrechas mostraban indecisión por unos segundos. Los bigotes de los gatos, llamados vibrisas, son esenciales para el felino. Se sabe que, entre sus muchas funciones, juegan el papel de «sonar», ayudándolos a detectar si la abertura es transitable y compensando su mala visión a distancias cercanas.
Así, pueden entrar por orificios muy estrechos sin vacilar, pero cuando la cosa se pone realmente difícil, se toman su tiempo antes de intentar atravesar el obstáculo. También jugaron con las alturas: si la altura del hueco era elevada y el espacio era ancho, los gatos pasaban sin dudar. Cuando se mantenía la altura y el espacio era estrecho, los gatos tampoco dudaron. El problema venía cuando la altura variaba. Ahí es cuando empezaban a dudar, pero terminaban intentando pasar por la abertura, al contrario de lo que ocurría con los perros.
Esto indicó a Pongrácz que los gatos son muy conscientes, sobre todo, de su altura. Puede que sea porque las vibrisas los ayudan a calcular en todo momento su anchura, pero con la altura tienen que realizar otras comprobaciones y, por eso, evalúan más ese tipo de obstáculos. Ivan Khvatov es psicólogo del Instituto de Psicoanálisis de Moscú. No participó en el estudio, pero coincide comentando que los gatos son más maleables y flexibles que los perros, por lo que no tienen que preocuparse tanto como ellos por si pasarán por una abertura, a no ser que esa abertura sea muy baja, donde sí empezarán a realizar los cálculos necesarios.
En la revista Science, el propio Pongrácz comenta que, sin importar lo estrecho que volviera la abertura, si la altura era cómoda para los gatos, estos «no disminuían la velocidad en absoluto. En ese caso, no usan la conciencia corporal. Son, básicamente, como líquidos». Ahora bien, el estudio, aunque revelador, tiene algunas limitaciones.
En los experimentos participaron un total de 30 gatos, pero estos no se hicieron en el laboratorio. En el caso del estudio con perros, sí se trasladaron a unas instalaciones especiales en las que midieron todos los parámetros, pero en el caso de los gatos, las pruebas se realizaron en los hogares de las mascotas. Al final, lo interesante de todo esto es que los experimentos de investigadores como Pongrácz sirven para descubrir que los humanos no somos las únicas criaturas conscientes de nuestro propio cuerpo.
En el estudio se comenta que los hurones, los periquitos, las serpientes ratoneras, los abejorros o los elefantes asiáticos también tienen esa autoconsciencia corporal que, básicamente, los ha ayudado durante generaciones a sobrevivir en la naturaleza.
Y… sí, en cuanto termine este texto, pienso ir a por un cartón grande para replicar el experimento con mis gatos. Tengo claro que dos pasarán de mí, pero estoy seguro de que el tercero intentará llegar a la latita de comida que le espera al otro lado.
Imagen | Vitali Adutskevich