El 31 de mayo de 2011, una nota de prensa causó un terremoto en la industria tecnológica y en la sociedad, en general: la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC), decidió clasificar las radiaciones emitidas por los teléfonos móviles como «posiblemente carcinogénicas para los humanos».
Bastó un día para que las principales organizaciones oncológicas del mundo dijeran que la IARC se había precipitado, pero ha hecho falta 13 años para que el estudio más exhaustivo hasta el momento deje negro sobre blanco que clarifique completamente el asunto.
¿Por qué tomó esa decisión la IARC? Como explican Alberto Nájera y Jesús González en The Conversation, no fue una decisión tomada a la ligera. Efectivamente, en 2011 había algunos estudios que «mostraban algunas asociaciones entre el uso de móviles y ciertos tipos de cáncer cerebral, como el glioma y el neuroma acústico». El problema es que no era investigaciones de gran calidad y la investigación no era concluyente.
La IARC así lo dijo, pero los problemas de comunicación se acabaron acumulando y la decisión acabó consolidando la «creencia colectiva de que los móviles y las antenas producían cáncer».
En busca de la evidencia. Para octubre de 2011, ya había estudios enormes que descartaban cualquier conexión. SIn embargo, la IARC se mantuvo firme. En el mismo grupo de los teléfonos móviles hay cosas «como el aloe vera o la neftalina». No era una categoría precisamente preocupante y no pensaba retirar la clasificación hasta que no hubiera datos más concluyentes.
Y aquí estamos. De las 358.403 personas con más de diez años de uso de móvil de aquel estudio de octubre de 2011 hemos pasado a un análisis de 63 estudios epidemiológicos realizados en los últimos 30 años que suman millones de personas en 22 países.
¿Y qué dice el análisis? De entrada, el equipo internacional de investigadores no ha encontrado evidencias de un aumento significativo ni de gliomas, ni de meningiomas, ni de neuromas acústicos. Tampoco ningún tipo de cáncer estudiado.
Y lo más interesante es que eso es así para todo tipo de factores: desde el tiempo de uso, la cantidad de llamadas o los años de utilización. Hasta el punto que, como dicen Nájera y González, la situación ha dado una vuelta de 180 grados: «la evidencia más reciente sugiere que los teléfonos móviles probablemente no causan cáncer».
¿Tiene consecuencias? En realidad, no. Desde hace años, la comunidad científica había dado por descontado que los móviles no causaban cáncer. Hace una década, la democratización de los teléfonos móviles en todo el mundo había dudas razonables. Ahora se han disipado.
Imagen | Hugh Han